sábado, 21 de enero de 2012

La caridad bien entendida...


“La caridad bien entendida empieza por uno mismo” reza el dicho. Aunque las necesidades a nivel internacional siguen siendo una prioridad, las organizaciones sin ánimo de lucro cobran un papel cada vez más relevante en España a causa de la crisis. Sin embargo, vemos cómo los recursos disminuyen y cómo algunas organizaciones empiezan a reducir en proyectos y programas a pesar de ser más necesarias y relevantes que nunca.

Muchas organizaciones cumplen un papel sustitutorio del Estado cuando éste no quiere o no puede cumplir con sus obligaciones en terrenos específicos. La gran ventaja de tener una ONL que llene el vacío asistencial es que los recursos que se ponen a disposición de la población no vienen exclusivamente de las arcas públicas. Las cuotas de socios, las actividades de captación de fondos y las donaciones que provienen de empresas o particulares alivian al Estado a nivel financiero.

El papel de las ONL es fundamental, no sólo por su labor de sustitución, sino porque aportan un conocimiento profundo de las necesidades de los colectivos a los que dirigen su atención.

Sin embargo, la proliferación de organizaciones convierte en misión imposible conseguir fondos para mantener la actividad. No se trata de competencia en términos de capacidad y calidad, sino en términos de captación de recursos económicos. El mejor vendedor acapara fondos que serían mejor utilizados por otras organizaciones que tienen un foco más centrado en la actividad.

Los donantes, tanto el Estado como las empresas, fundaciones, bancos, particulares, etc., deberían tener una conciencia mayor de dónde ponen sus recursos. La profesionalización de las ONL es fundamental para conseguir una maximización de los fondos disponibles y un mayor impacto en las mejoras que se quieren obtener para los beneficiarios.

En este sentido, es todavía más angustiosa la situación de las ONL que quieren posicionarse y dar unos servicios de calidad porque nadie quiere pagar sueldos, ni infraestructura, ni formación para aumentar las capacidades institucionales.

En las reuniones y congresos donde nos encontramos regularmente los representantes de organizaciones humanitarias, vemos un porcentaje enorme de “damas de la caridad”. Esa figura maravillosa de señoras que dedicaban y aún dedican parte de su tiempo a labores de beneficencia y que extendieron como seglares las labores de las hijas de la caridad, organización religiosa fundada en el siglo XVII.

Pero por loable que sea su labor desinteresada y su dedicación, no alcanzan a comprender las dimensiones de las necesidades estructurales tanto a nivel organizativo como asistencial. Es imperativo que las ONL tengan profesionales que asesoren, proyecten y ejecuten aportando niveles de formación y experiencia que son imprescindibles para alcanzar los niveles de calidad y eficiencia que se necesitan para mantener esos instrumentos de sustitución.

El Estado debería entender esa necesidad e invertir en la infraestructura y las nóminas de las ONL, así como en el fortalecimiento de sus capacidades institucionales. De este modo, el resto de los donantes pueden estar seguros de que su dinero está siendo bien invertido y que, en efecto, llega íntegro a los beneficiarios.

Pero las necesidades de imagen del Estado y de las administraciones regionales y locales llevan a una administración de los recursos deficiente y al descalabro de la acción humanitaria. El personal mal pagado, la falta de formación y la falta de transparencia de las ONL son lacras para el bienestar social que podría tener el país con una visión más dirigida a la eficacia y menos centrada en la publicidad derivada de proyectos asistenciales que se podrían financiar más y mejor con fondos que no provienen del dinero público.

Tal vez los organismos públicos que dedican partidas presupuestarias a las ONL, deberían pensar que se hacen un favor mejorando las capacidades de estas últimas y que "la caridad" que despliega el Estado financiando proyectos en muchas ocasiones ridículos podría invertirse en mejorar las capacidades de los receptores/gestores de esos fondos para que revierta en una mejora de su capacidad asistencial tanto fuera como (ahora con más razón) dentro de nuestras fronteras.

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