“La caridad bien entendida
empieza por uno mismo” reza el dicho. Aunque las necesidades a nivel
internacional siguen siendo una prioridad, las organizaciones sin ánimo de
lucro cobran un papel cada vez más relevante en España a causa de la crisis.
Sin embargo, vemos cómo los recursos disminuyen y cómo algunas organizaciones
empiezan a reducir en proyectos y programas a pesar de ser más necesarias y
relevantes que nunca.
Muchas organizaciones cumplen un
papel sustitutorio del Estado cuando éste no quiere o no puede cumplir con sus
obligaciones en terrenos específicos. La gran ventaja de tener una ONL que
llene el vacío asistencial es que los recursos que se ponen a disposición de la
población no vienen exclusivamente de las arcas públicas. Las cuotas de socios,
las actividades de captación de fondos y las donaciones que provienen de
empresas o particulares alivian al Estado a nivel financiero.
El papel de las ONL es
fundamental, no sólo por su labor de sustitución, sino porque aportan un
conocimiento profundo de las necesidades de los colectivos a los que dirigen su
atención.
Sin embargo, la proliferación de
organizaciones convierte en misión imposible conseguir fondos para mantener la
actividad. No se trata de competencia en términos de capacidad y calidad, sino
en términos de captación de recursos económicos. El mejor vendedor acapara
fondos que serían mejor utilizados por otras organizaciones que tienen un foco
más centrado en la actividad.
Los donantes, tanto el Estado
como las empresas, fundaciones, bancos, particulares, etc., deberían tener una
conciencia mayor de dónde ponen sus recursos. La profesionalización de las ONL
es fundamental para conseguir una maximización de los fondos disponibles y un
mayor impacto en las mejoras que se quieren obtener para los beneficiarios.
En este sentido, es todavía más
angustiosa la situación de las ONL que quieren posicionarse y dar unos
servicios de calidad porque nadie quiere pagar sueldos, ni infraestructura, ni
formación para aumentar las capacidades institucionales.
En las reuniones y congresos
donde nos encontramos regularmente los representantes de organizaciones
humanitarias, vemos un porcentaje enorme de “damas de la caridad”. Esa figura
maravillosa de señoras que dedicaban y aún dedican parte de su tiempo a labores
de beneficencia y que extendieron como seglares las labores de las hijas de la
caridad, organización religiosa fundada en el siglo XVII.
Pero por loable que sea su labor
desinteresada y su dedicación, no alcanzan a comprender las dimensiones de las
necesidades estructurales tanto a nivel organizativo como asistencial. Es
imperativo que las ONL tengan profesionales que asesoren, proyecten y ejecuten
aportando niveles de formación y experiencia que son imprescindibles para
alcanzar los niveles de calidad y eficiencia que se necesitan para mantener
esos instrumentos de sustitución.
El Estado debería entender esa
necesidad e invertir en la infraestructura y las nóminas de las ONL, así como
en el fortalecimiento de sus capacidades institucionales. De este modo, el
resto de los donantes pueden estar seguros de que su dinero está siendo bien
invertido y que, en efecto, llega íntegro a los beneficiarios.
Pero las necesidades de imagen
del Estado y de las administraciones regionales y locales llevan a una
administración de los recursos deficiente y al descalabro de la acción
humanitaria. El personal mal pagado, la falta de formación y la falta de
transparencia de las ONL son lacras para el bienestar social que podría tener
el país con una visión más dirigida a la eficacia y menos centrada en la
publicidad derivada de proyectos asistenciales que se podrían financiar más y
mejor con fondos que no provienen del dinero público.
Tal vez los organismos públicos que dedican partidas presupuestarias a las ONL, deberían pensar que se hacen un favor mejorando las capacidades de estas últimas y que "la caridad" que despliega el Estado financiando proyectos en muchas ocasiones ridículos podría invertirse en mejorar las capacidades de los receptores/gestores de esos fondos para que revierta en una mejora de su capacidad asistencial tanto fuera como (ahora con más razón) dentro de nuestras fronteras.
Tal vez los organismos públicos que dedican partidas presupuestarias a las ONL, deberían pensar que se hacen un favor mejorando las capacidades de estas últimas y que "la caridad" que despliega el Estado financiando proyectos en muchas ocasiones ridículos podría invertirse en mejorar las capacidades de los receptores/gestores de esos fondos para que revierta en una mejora de su capacidad asistencial tanto fuera como (ahora con más razón) dentro de nuestras fronteras.
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